Monday, October 12, 2009

UNA MAÑANA EN PARIS





Ya ha salido el sol y todo el paisaje se ha encendido en cálidos colores otoñales. De forma espontánea van despertando imágenes que evocan momentos felices y la mente se puebla de las más hermosas o sugerentes. Son las que nos permiten sonreír porque impregnan los momentos más sencillo del transcurrir de los días y los elevan, convertidos en un cántico a la naturaleza y a cuanto representa, en una alabanza a su Creador. Algo que nos llevará a gritar: ¡qué bello es vivir!

Fueron el pequeño clown de seda y porcelana que ocupa un rinconcito de la sala de estar por derecho propio y ciertas notas musicales que flotaban en el ambiente: Sous Le Ciel De Paris, los que hoy se han permitido reabrir uno de los capítulos más maravillosos de nuestra existencia y las vivencias han fluido como en cascada.

María y yo éramos jóvenes, habíamos recorrido poco mundo. Cuando nos conocimos, años atrás, me cautivó con aquella boina roja ligeramente ladeada sobre su suelta melena; una boina al gusto parisino. Un guiño providencial nos llevó al corazón de Europa y un buen día despertamos bajo su cielo. Todavía era de noche y el tiempo en el reloj, ese voluble tirano que nunca está de acuerdo con nosotros, se alargaba más que nuestra paciencia mientras nos llegaba ese amanecer de promesas aún por cumplir: El primer día que vimos Paris. Después, ya no hay un después; todo es presente para el que se enamora; como un preludio de eternidad.



Todo alrededor del hotel Sheraton era Montparnasse (Barrio Latino), incluyendo el Cimetière, y todo era nuestro. Por fin nos zambullimos en París. Empezamos por el Parc du Champs de Mars coronado por la Tour Eiffel, más allá está la Esplanade des Invalides con su gran monumento y detrás el Sena. Paramos sobre el Pont de l’Alma y gozamos de una panorámica de sus muchos puentes y del navegar de tantas embarcaciones, así como de melodías que sonaban muy dentro y de la voz única de Edith Piaf. Por George V llegamos a la plaza l’Etoile (Charles de Gaulle). Allí, el Arco del Triunfo, ese coloso de la Historia y del arte de Jean-François Chalgrin, Goust y Huyot, nos empequeñeció y aún faltaban los Champs-Elysées. Avanzamos sin dar crédito a nuestros ojos y, mientras degustábamos una baguette en uno de sus kioscos, recordamos a nuestro Federico Martín Bahamontes. Seguimos por Tuileries, Louvre, Bastille, Saint-Michel Notre Dame o Sacré Cœur. Todo ello sin olvidarnos de las galerías: Lafayette y Tiffany…

No busco describir Paris porque es indescriptible. Allí se ensancha el alma con tanta grandeza. Se inflama en sus espacios abiertos, donde la naturaleza incorpora a lo urbano. En París todo es luz y color, impresionante e impresionable, como lo es Claude Monet.

Javier Peña Vázquez . Málaga

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